Arrancaba la segunda mitad del siglo XIX cuando varios grupos de rapaces gallegos —unos mil setecientos en total— se embarcaron en A Coruña rumbo a La Habana. Iban a trabajar en el «azucre», a buscar más allá del océano una vida mejor de la que tenían en una Galicia devastada por la pobreza y por el cólera. Las tempestades furiosas, los mareos constantes y los malos presagios de las leyendas del mar les amenazaban con no salir de aquel barco con vida. Por ello, cuando avistaron tierra dieron gracias a Dios por haberlos llevado a su destino, aunque este era mucho más trágico de lo que esperaban. Allí fueron vendidos como esclavos por un colono gallego afincado en Cuba. Algunos murieron en los ingenios, otros vivieron para mandar cartas de socorro a sus familias. Algunas de esas cartas se conservan hoy en el Archivo del Congreso de los Diputados y son el único testimonio de aquella barbarie.
Bibiana Candia nos cuenta su versión de esta historia en una novela corta y fragmentada, compuesta por breves escenas cargadas de fuerza y simbolismo. Azucre (Pepitas, 2021) constituye un relato necesario de un pasaje de la historia que no debería ser olvidado.
¿Crees que se morirá? Igual sí. Y si muere aquí, ¿qué haremos con él? ¿Qué hicieron con los otros que murieron? No sé, los llevaron envueltos en una sábana, supongo que los enterraron. Orestes los oye hablar como se oye la lluvia contra las ventanas, como un arrullo; no puede moverse, así que dejarse ir no le parece mala idea. Orestes, no te mueras. En medio de la fiebre, Orestes aprieta en la mano la bolsita de tierra y el ajo macho como quien se agarra al único clavo ardiendo que lo sujeta a la tierra. Con los ojos cerrados ve perfectamente a Mamamaría, que lo arropa hasta la nariz, y escucha a Pachín ladrando fuera.