Hace unos meses charlaba en la librería con una cliente y escritora sobre estas nuevas literaturas escritas en castellano que nos llegan, cruzando el océano, con nombres de mujer, pero cuyas autoras se muestran reacias a catalogarse como un nuevo «boom». Y ambas coincidíamos en que sus temas nos importan. En los últimos años han irrumpido en el panorama literario internacional nombres como Mariana Enriquez, Samanta Schweblin, Valeria Luiselli o Dolores Reyes. Y si bien lo experimental de sus literaturas singulariza a cada una de ellas, sus voces en conjunto se presentan como una palmada en la mesa. A Cristina Rivera Garza llegué siguiendo esta red de mujeres tejida desde el feminismo, el reconocimiento de la violencia, el compromiso con la tierra, el apego a las raíces. Y a ella llegué para quedarme.
Cristina nació en Heroica Matamoros, México, en 1964. Se licenció en Sociología en la Universidad Autónoma de México y se doctoró, a continuación, en Historia Latinoamericana en la Universidad de Houston. Desde entonces ha pasado la mayor parte de su vida a caballo entre México y Estados Unidos. Ese cruce constante de fronteras se ha hecho presente en sus obras, apegadas casi siempre a su realidad más próxima, pero consideradas desde amplia perspectiva sociocultural. Sus temas (la identidad, la violencia, las mujeres, la familia, el reencuentro con el territorio…) nos llegan cargados de sentimiento, pero concienzudamente analizados, debatidos y enmarcados en su contexto histórico y sociológico más inmediato, lo que hace que a menudo sus textos también crucen fronteras y se muevan entre la novela y la crónica periodística, entre la memoria y el estudio, entre el recuerdo de lo personal y el análisis de lo colectivo. Tal vez esto sea resultado de su necesidad de contar para poder entender. Tal vez.
Sus estructuras están rotas. Sus historias se conforman de testimonios en primera persona, de relatos narrados en tercera, de cartas, diarios, listas, fotografías o de cualquier otro documento que sea pertinente. Apela al lector, haciéndolo sentirse parte del juego de la narración. El lenguaje en la obra de Cristina Rivera Garza está sopesado, trabajado, bien elegido, y tiene un poder crucial, así como una fuerza y un estilo tan característicos, que son muestra innegable de su pasión, compromiso y responsabilidad con el ejercicio de la literatura.
En este Día de las Escritoras 2021 recomiendo, por tanto, a esta magnífica autora que no dejará indiferente a quien se anime a leerla. Y, especialmente, aconsejo la lectura de su última obra publicada en España, El invencible verano de Liliana (Literatura Random House, 2021), que constituye en sí misma un ejercicio de justicia para con su hermana, víctima de un feminicidio el 16 de julio de 1990. Si llegáis a Cristina, os quedaréis en ella. Y ella misma os llevará a la siguiente autora de esta red tejida al otro lado del océano. Me apropio de las primeras palabras de su Autobiografía del algodón para despedirme, deseando, de corazón, que nos siga llegando ese viento loco, sin freno; viento de América.