Probablemente sea el Arte la invención más compleja y genuinamente humana, y dentro de éste, la expresión gráfica ha sido la más precoz y su producto las imágenes nos acompaña desde la noche de los tiempos.
El Arte rupestre fue identificado como parte del bagaje cultural paleolítico desde finales del s. XIX, con el hallazgo de Altamira y las numerosas estaciones aparecidas tras ella.
El Arte prehistórico más reciente, correspondiente a las primeras culturas agricultoras y ganaderas, y a pesar de las lógicas imprecisiones de datación, se había reconocido ya por algunos eruditos del Renacimiento: grafismos a menudo abstractos, pintados, grabados y esculpidos en las piedras de las construcciones megalíticas y en las paredes de cuevas y abrigos, recordando a los muertos y acompañando a los vivos.
Hoy los investigadores rastrean en esas imágenes las primeras evidencias de artistas asociados al Poder, emulando los esquemas importados de imperios lejanos y los panteones y deidades que los sustentaban. Se crean así las primeras muestras de retrato social mediante el empleo de estereotipos basados en personajes armados, donde el énfasis en las panoplias y en la diferencia de tamaños de las representaciones humanas apunta hacia un reflejo de la desigualdad social imperante, al menos, desde finales del Calcolítico y comienzos del Bronce Antiguo.
Resolviendo magníficamente el esfuerzo de síntesis de la forma y usando un más que evidente sentido narrativo, parejo a la gran eclosión de la abstracción como lenguaje plástico, las manifestaciones gráficas generadas desde el Neolítico hasta la Antigüedad tardía han atraído y servido como fuente de inspiración a los artistas modernos, desde comienzos del siglo XX hasta nuestros días. No debiera extrañarnos que sus códigos sean tan fácilmente aceptados en nuestra cultura moderna, hasta la que han llegado agriculturas y ganaderías herederas de las tradiciones milenarias q...
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